La chica del látigo: Cazadores de faldas – Por qué los medios representan la Revolución Trans en lápiz labial y tacones

Como MUJER TRANSEXUAL, a menudo me veo confrontada por personas que insisten en que no soy, ni podré ser jamás, una “verdadera mujer”.  Una de las líneas de razonamiento más comunes que usan, va más o menos así: Ser mujer es mucho más que simplemente ponerse un vestido.  No podría estar más de acuerdo. Es por eso que me resulta tan frustrante que la gente a menudo parezca confundida conmigo, ya que a pesar de que he realizado la transición a mujer y de que vivo como una mujer, rara vez uso maquillaje o me visto de una manera demasiado femenina.

A pesar de la realidad de que existen tantos tipos de mujeres trans, como los hay de mujeres en general, la mayoría de la gente cree que todas las mujeres trans vivimos en la constante búsqueda de ser lo más bonitas, rosa y pasivas que sea posible.  Aunque sin duda hay mujeres trans que se llegan a creer el dogma dominante sobre la belleza y la feminidad, otras son abiertamente feministas y activistas que luchan contra todos los estereotipos de género. Pero eso nunca podrías adivinarlo si echas una mirada a los medios de comunicación, que suelen asumir que todas las personas transexuales son de hombre a mujer, y que todas las mujeres trans quieren lograr la feminidad estereotipada.

La existencia de personas transexuales -que realizan la transición de un sexo al otro y que llegan a vivir de forma completamente desapercibida como alguien del sexo “opuesto” al que fueron asignadas al nacer- tiene el potencial de desafiar la suposición convencional de que las diferencias de género surgen a partir de nuestros cromosomas y de nuestros genitales, de una manera simple y directa.  Podemos causar estragos en esos conceptos que se dan por sentados, como hombre y mujer, homosexual y heterosexual.  Estos términos pierden su significado fijo y predecible cuando el sexo asignado a una persona y el sexo en el que esa persona vive, no son los mismos.  Y justamente porque somos una amenaza para las categorías que permiten el sexismo tradicional y el sexismo por oposición, las imágenes y las experiencias de las personas trans se presentan en los medios de una manera que reafirma, en lugar de desafiar, los estereotipos de género.

Arquetipos de la Mujer Trans en los Medios

Las representaciones que los medios hacen de las mujeres trans, ya sea que tomen la forma de personajes ficticios o de personas de la vida real, por lo general caen en uno de estos dos arquetipos principales: “la transexual impostora” o “la transexual patética”.  Aunque los personajes de mujeres transexuales que se basan en cualquiera de estos dos modelos son presentadas como poseedoras de un interés garantizado por conseguir una apariencia ultrafemenina, ambas difieren en su capacidad para llevarlo a cabo.  Debido a que “las impostoras” pasan con éxito como mujeres, suelen servir para dar giros argumentales inesperados a la historia, o bien pueden jugar el papel de depredadoras sexuales que andan por allí engañando a los pobres e inocentes hombres heterosexuales, haciéndolos caer y que se sientan atraidos por otros “hombres”.

Tal vez el ejemplo más famoso de una “impostora” es el personaje de Dil en la película de 1992, Juego de Lágrimas (The Crying Game).  La película se convirtió en un fenómeno de la cultura pop principalmente porque la mayoría de los espectadores no sabían que Dil era trans hasta cerca de la mitad de la película. La revelación se produce durante una escena de amor entre ella y Fergus, el protagonista masculino, que ha estado cortejándola.  Cuando Dil se desviste, la audiencia, junto con Fergus, se entera por primera vez que Dil es físicamente masculina. Cuando ví la película, la mayoría de los hombres en el teatro manifestó su disgusto y se quejó ante esta revelación. En la pantalla, Fergus tiene una reacción similar pero más intensa: Fergus golpea a Dil y corre al baño a vomitar.

En 1994, Jim Carrey protagonizó la cinta, Ace Ventura: Detective de Mascotas (Ace Ventura: Pet Detective), en donde una “transexual impostora” hace el papel de villana. La teniente de policía Lois Einhorn (interpretada por Sean Young) es en secreto Ray Finkle, un ex-pateador de futbol americano de los Delfines de Miami que ha robado la mascota del equipo como parte de su plan para vengarse del mariscal de campo, Dan Martino.  La extraña trama termina cuando Ventura desnuda a Einhorn hasta dejarla en ropa interior enfrente de una veintena de agentes de policía y anuncia: “Ella está sufriendo el peor de los casos de hemorroides que he visto.” Luego le da la vuelta para que podamos ver su pene y los testículos escondidos entre sus piernas. Todos los agentes de policía proceden a vomitar mientras el tema muscal de Juego de Lágrimas (The Crying Game) suena de fondo.

A pesar de que “las impostoras” logran “pasar” con éxito como mujeres, y de que suelen ser interpretadas por mujeres (con la notable excepción de Jaye Davidson como Dil), estos personajes no tienen la intención de desafiar nuestras suposiciones sobre el género en sí mismo.  Por el contrario, se les posiciona como “falsas” mujeres, y el “secreto” de su condición trans, se revela en un momento dramático de la “verdad”.  En ese momento, la apariencia de “la impostora” (su feminidad) se reduce a una mera ilusión, y su secreto (su masculinidad) se convierte en su verdadera identidad.  Utilizando una táctica que hace enfásis en su “verdadera” masculinidad, “las impostoras” suelen ser utilizadas como peones para provocar la homofobia masculina en otros personajes, así como en la propia audiencia.  Este fenómeno es especialmente evidente en los Talk Shows de televisión como el de Jerry Springer, que transmite periódicamente episodios con títulos como “Mi Novia es un Chico” y “La Verdad es que soy un Hombre!” que presentan mujeres trans revelando su condición a su novios hetero.  En un reciente reality show de la televisión británica llamado, Hay algo que no sabes de Miriam (There’s Something About Miriam), seis hombres heterosexuales cortejan a una mujer atractiva que, sin saberlo ellos, es una mujer transexual.  La transmisión del espectáculo se retrasó varios meses debido a que los hombres amenazaron con demandar a los productores del programa, alegando que habían sido víctimas de difamación, daños personales, y conspiración para cometer un asalto sexual.  El asunto se resolvió finalmente fuera de los tribunales, y cada hombre se retiró con 125,000 libras esterlinas reportadas como indeminización (más de 200,000 dólares americanos en ese momento).

En la adaptación cinematográfica de la novela de 1970 de Gore Vidal titulada, Myra Breckinridge, la protagonista es una mujer trans que se dirige a Hollywood con el fin de vengarse de la virilidad tradicional y de “realinear los sexos”.  Este “reajuste” aparentemente implica violar a un ex-jugador de fútbol con un cinturón con un dildo, algo que ella efectivamente lleva a cabo en un momento de la película. El tema recurrente de las mujeres trans “impostoras” que le dan “su merecido” a los hombres, por lo general seduciéndolos primero, parece ser un reconocimiento inconsciente de que tanto los privilegios masculinos como los heterosexuales, se ven amenazados por la existencia de las personas transexuales.

En contraste con “las impostoras”, que ejercen sus artimañas femeninas con éxito, en el caso de la “transexual patética” los personajes no están engañando a nadie.  A pesar de sus modales masculinos y la sombra de su barba, la “transexual patética”, inevitablemente, insiste en que ella es una mujer atrapada dentro del cuerpo de un hombre.  La contradicción intensa entre la identidad de género del personaje de “la patética” y su apariencia física, se emplea a menudo para provocar risas, como en la transición de género del músico Marcos Shubb (interpretado como un barítono con barba por Harry Shearer) al final de la película de 2003, Un Viento Poderoso (A Mighty Wind)

A diferencia de “las impostoras”, cuya capacidad para “pasar” es una grave amenaza a las ideas de nuestra cultura sobre el género y la sexualidad, “las transexuales patéticas” -que apenas si parecen mujeres después de todo- generalmente son consideradas inofensivas. Tal vez por esta razón, algunas de las representaciones de mujeres trans que resultan más entrañables para la cultura pop, caen en la categoría de “la patética”: La interpretación nominada al Oscar que hace John Lithgow de la ex-jugadora de fútbol americano Roberta Muldoon en la película de 1982, El Mundo según Garp (The World According to Garp) y el papel de Terence Stamp como la envejecida corista Bernadette en la cinta de 1994, Las Aventuras de Priscilla, Reina del Desierto (The Adventures of Priscilla, Queen of the Desert). Más recientemente, la película indie de 1998, Las Aventuras de Sebastian Cole (The Adventures of Sebastian Cole), comienza con su protagonista adolescente enterándose que su padrastro Hank, que se ve y actúa como un encargado de utilería de una banda de rock de los años 70, está a punto de convertirse en Henrietta.  Un personaje simpático y la única persona estable en la vida de Sebastián, Henrietta se pasa la mayor parte de la película usando camisones con estampados florales con las tapas de los hombros descubiertas y toneladas de joyas y maquillaje. Sin embargo, a pesar de su forma de vestir extremadamente femenina, Henrietta sigue presentando únicamente conductas estereotipadas asociadas a los hombres, descaradamente se come con los ojos a una mesera y le lanza un puñetazo a un hombre que la llama “maricón” (tras lo cual se lamenta, “me rompí una uña” ).

En el caso de Henrietta, esta combinación de extrema masculinidad y extrema feminidad no parece diseñada para desafiar los supuestos que pueda tener el público acerca de la masculinidad y la feminidad. Por el contrario, la voz masculina de Henrietta y sus gestos están destinados a demostrar que, a pesar de su deseo de ser mujer, ella no puede cambiar el hecho de que ella es, de forma real y verdadera, un hombre.  Al igual que sucede con Roberta en la película de Garp y Bernadette en la de Priscilla, el público es alentado a sentir respeto por Henrietta como persona, pero no como mujer. Si bien se supone que debemos admirar el coraje de estas personas, que supuestamente proviene de la dificultad de vivir como mujeres que no parecen muy mujeres que se diga- está claro que no podemos identificarnos ni sentirnos atraídas sexualmente por ellas, como sí ocurre con “las impostoras”, como Dil.

Curiosamente, mientras que la obvia masculinidad exterior de “la transexual patética” es mencionada constantemente, también lo es su falta de genitales masculinos (o su deseo de deshacerse de ellos). De hecho, algunas de las líneas más memorables de estas películas se pronuncian cuando el personaje de “la transexual patética” hace comentarios ligeros sobre su propia castración.  En un punto de la película Priscila, Bernadette cuenta que sus padres jamás le volvieron a dirigir la palabra “después de que [ella] se la hizo cortar.”  En Garp, cuando un hombre resulta herido en su pene al recibir sexo oral durante un accidente automovilístico, Roberta suelta toda esta línea, “yo me hice extirpar el mío quirúrgicamente bajo anestesia general, pero que se lo muerdan a uno en auto Buick, vamos..”  En la biografía ficticia de Ed Wood realizada en 1994, Bill Murray interpreta a otra “transexual patética” llamada Bunny Breckinridge. Después de ver el film dirigido por Wood, Glen o Glenda, Bunny se siente inspirada como para ir a México a hacerse un “cambio de sexo”, y le anuncia a Wood, “La película me hizo darme cuenta que tengo que tomar medidas. ¡Adios, pene!”

Los alegres comentarios de “la transexual patética” acerca de hacerse cortar su pene hacen un fuerte contraste con la revelación que la toca hacer a “la transexual impostora”, que generalmente es descubierta por alguien más y de una forma vergonzosa, con frecuencia violenta.  Un freudiano podría sugerir que la naturaleza peligrosa de “la impostora” está simbolizada por la presencia de un pene oculto, mientras que lo inofensivo de “la patética” se debe a la ausencia del mismo.  Una interpretación menos fálica sería decir que es el acto mismo de “pasar” el que convierte a cualquier mujer trans capaz de lograrlo, en una “impostora”. En última instancia, tanto “la impostora” como “la patética” son personajes transexuales diseñados para validar la suposición popular de que las mujeres trans en realidad son hombres. Las “transexuales patéticas” pueden querer ser mujeres, pero su aspecto y sus gestos masculinos siempre las delatan. Y mientras que “la impostora” inicialmente es percibida como una “verdadera” mujer, finalmente es expuesta como un lobo con piel de oveja -una ilusión que es el producto de la mentira y la moderna tecnología médica- y que además suele ser castigada en consecuencia.

La Fascinación por la “Feminización”

En prácticamente todas las representaciones de mujeres trans, ya sean reales o ficticias, “impostoras” o “patéticas”, el supuesto subyacente es que la mujer trans quiere lograr una apariencia y un rol de género estereotípicamente femeninos. La posibilidad de que las mujeres trans sean capaces tan siquiera de hacer una distinción entre ser mujer y buscar una imagen hiperfemenina, jamás ha sido planteada. De hecho, los medios de comunicación a menudo se detienen en los detalles específicos del proceso de feminización, mostrando a las mujeres trans arreglándose para lucir femeninas.  Es decir que la televisión, el cine y los productores de noticias no están satisfechos sólo con mostrar a las mujeres trans con ropa femenina y maquillaje.  Mas bien, es su intención capturar a las mujeres trans en el acto de pintarse los labios y ponerse vestidos y zapatos de tacón alto, dando así al público la impresión de que la feminidad de la mujer transexual es una máscara, algo artificial, un disfraz.

Un excelente ejemplo de este fenómeno es la película Transamérica (2005), una película de aventuras “entre compañeros” en un viaje por carretera, con la pareja formada por la mujer trans Bree Osbourne (interpretada por Felicity Huffman) y un hijo que ella no sabía que tenía.  En los primeros cinco minutos de la película, vemos a Bree practicando ejercicios para la voz acompañada del video instructivo, Encontrando tu Voz Femenina (Finding Your Female Voice), poniéndose las medias, poniéndole rellenos al sostén, poniéndose un traje sastre color rosa, pintándose las uñas (también rosa), y aplicándose lápiz labial, sombras de ojos, polvo, y otros cosméticos. Esta escena (no casualmente) es seguida inmediatamente por el primer diálogo de la película, cuando Bree le dice a una psiquiatra que ella ha estado en terapia de reemplazo hormonal durante tres años, ha pasado por la electrólisis, la cirugía de feminización facial, un levantado de cejas, una reducción de la frente, una reconstrucción de la mandíbula y un afeitado de la tráquea.  Esta oleada de feminización cosmética y quirúrgica que nos lanzan en la apertura está claramente diseñada para para establecer que la identidad femenina de Bree es artificial y una imitación, para reducir así su transición a la mera búsqueda de mejores galas femeninas.

Durante el resto de la película, los atuendos femeninos y los cosméticos se utilizan reiteradamente como un dispositivo para resaltar la falsedad de Bree.  Hay un exceso de escenas en las que Bree se muestra en el acto de vestirse o de desvestirse, como si su ropa representara algún tipo de disfraz. También la vemos aplicándose y retocándose el maquillaje cada vez que tiene oportunidad, y es difícil dejar de notar las gruesas capas de maquillaje que lleva todo el tiempo como una máscara que oculta a la persona “real” (y sin duda, más masculina) que se encuentra por debajo del personaje de Bree.  Mientras que muchas travestis de hombre a mujer suelen llevar bastante maquillaje para tapar la sombra de su barba, una mujer transexual como Bree -que ya pasado por la electrólisis y ha estado en tratamiento hormonal durante tres años, no tendría que hacer esto.

Ciertamente, el hecho de que su maquillaje comience a desarrollar un brillo de sudor en varios momentos de la película, de que tropiece en sus zapatos de tacón en más de una ocasión -errores que parecen nunca ocurrirle a las mujeres cisexuales en Hollywood- deja claro que los realizadores utilizaron estos detalles femeninos deliberadamente como un recurso para retratar a Bree como alguien que tiene muchas dificultades para “actuar como las mujeres” y que lo hace bastante mal.  Y ciertamente tienen éxito, ya que logran que Felicity Huffman se vea infinitamente más artificial que las mujeres que sí son trans en la vida real (como Andrea James y Calpernia Addams), y que aparecen brevemente en la película.

La disposición de los medios de comunicación para dar gusto a la fascinación del público por los adornos que acompañan a la feminización superficial de los “hombres” también empaña la televisión que trata de la vida real y de cualquier intento serio por contar las historias de las mujeres trans. Por ejemplo, en 2004 el artículo del New York Times, “A medida que baja la Represión, más Iraníes cambian de Sexo” no es sensacionalista, ya que describe el surgimiento de los derechos de las personas transexuales en Irán.  Sin embargo, una de las dos fotos que acompañan a la pieza muestra a una mujer iraní trans pintándose los labios. En 2003, El Show de Oprah Winfrey emitió un especial de dos partes sobre las mujeres transexuales y sus parejas. El primer episodio completo consistió en una entrevista uno a uno con Jennifer Finney Boylan, autora de la autobiografía, Ella no está allí: Una vida en dos géneros (She’s Not There: A Life in Two Genders). Si bien la conversación de Oprah Winfrey con Boylan fue respetuosa y seria, el espectáculo, sin embargo se abrió con escenas previsibles de mujeres poniéndose maquillaje de ojos, lápiz labial y zapatos, y durante la propia entrevista se intercalaron con imágenes de Boylan “antes de “, como recordándonos constantemente que ella es en realidad y por debajo de todo, un hombre .

Si los medios de comunicación mostraran imágenes de “hombres biológicos” vistiéndose y actuando de una manera femenina, ésto podría cuestionar las ideas dominantes acerca del género, pero por la forma en que son presentadas en las escenas de feminización, esto nunca llega a suceder.  Los medios de comunicación neutralizan la amenaza potencial que representan las feminidades trans para la categoría llamada “mujer”, apelando a la creencia subconsciente de la audiencia que la feminidad en sí es artificial.

Después de todo, mientras que la mayoría de la gente asume que las mujeres son por naturaleza femeninas, también las obligan (de forma hipócrita) a pasar una hora o dos cada día maquillándose la cara y probándose la ropa para poder cumplir con las normas sociales de la feminidad (a diferencia de los hombres, cuya masculinidad se presume que proviene directamente de quién es y de lo que hace). De hecho, es la suposición de que la feminidad es de por sí “artificial”, “frívola” y “manipuladora” lo que le permite a la masculinidad venir siempre acompañada de cualidades como “natural”, “práctica” y “sincera”, por comparación.

Por lo tanto, los medios de comunicación son capaces de representar a las mujeres trans poniéndose ropa femenina y accesorios sin tampoco llegar a dar la impresión de que ellas logran la “verdadera” feminidad en el proceso.  Además, al centrarse en los artificios más femeninos, los medios evocan la idea de que las mujeres trans están viviendo una especie de fetichismo sexual. Esta sexualización de los motivos de las mujeres trans para realizar la transición no sólo menosprecia la identidad como mujeres de las mujeres trans, sino que anima a la objetivación de la mujer en su conjunto.

Por supuesto, lo que siempre queda fuera de la vista son los enormes esfuerzos de que son capaces los productores, con tal de conseguir escenas sensacionalistas y superficiales en las que las mujeres trans aparecen arregladas como muñecas con ropa bonita y cosméticos. Shawna Virago, una activista trans y música de San Francisco, directora del Festival de Cine Transexual, tuvo que sufrir varios de esos incidentes con los productores de noticias locales.  Por ejemplo, cuando Virago estaba organizando un foro para facilitar la comunicación entre la policía y la comunidad trans, un reportero se le acercó a ella y a otras activistas transgénero para escribir un artículo sobre ellas.  Sin embargo, el periodista no estaba interesado en sus declaraciones políticas, sino en sus transiciones.  “Querían incluir imágenes de ‘antes’ y ‘después’ de cada una de nosotras”, dijo Shawna. “Esto me molestó, yo trataba de explicarle al periodista que todo eso del antes y el después no tenía nada que ver con los abusos policiales y otras cuestiones importantes, como el tema de las mujeres trans y el HIV, pero no lo entendió.  Así que me dejaron fuera del reportaje. “  Unos pocos años más tarde, alguien de otro diario contactó a Virago y le preguntó si la podía fotografiar “arreglándose” para salir:  “Le dije que no creía que uno foto mía levantándome de la cama y corriendo para alcanzar [el bus] podría resultar interesante”.  El me respondió, ‘Ya sabes, ponerse bonita, ponerse el maquillaje’.  Yo me rehusé y entonces buscaron una mujer trans que sí cooperara, y allí estaba ella, poniéndose maquillaje y lápiz labial y vestido bonito, nada de lo cual tenía relación con el artículo, que se suponía que trataba acerca de los desafíos políticos y sociales que enfrenta la comunidad trans.”

Nancy Nangeroni, mujer trans, y su pareja Gordene O. MacKenzie, quienes producen juntas el programa de radio GenderTalk, comentan dos incidentes similares. En ambos casos, mientras estaban siendo filmadas por los camarógrafos, los productores de los medios querían obtener imágenes donde las dos estuvieran poniéndose maquillaje al mismo tiempo (solicitud a la que Nangeroni y MacKenzie no accedieron). Yo misma tuve una experiencia similar en 2001, justo antes de que empezara a tomar hormonas. Un amigo organizó una reunión para que conociera a alguien que estaba haciendo una película sobre el movimiento transgénero. La cineasta se mostró notablemente decepcionada cuando me presenté luciendo como un chico bastante normal, vestida con una camiseta, jeans y zapatillas deportivas.  Finalmente me preguntó si no me importaría  pintarme los labios mientras ella me filmaba.  Le dije que llevar lápiz labial no tenía nada que ver con el hecho de que yo fuera una persona transgénero ni con que yo fuera una mujer.  Ella hizó unas pocas tomas de todos modos (sin lápiz labial) y dijo que se pondría en contacto conmigo si decidía usar ese material.  Nunca volví a tener noticias de ella.

Cuando el público ve escenas de mujeres trans poniéndose faldas y maquillaje, no necesariamente están viendo un reflejo de los valores de esas mujeres trans; están siendo testigos de la obsesión que tienen los productores de televisión, cine y noticias, por todos los objetos comúnmente asociados con la sexualidad femenina. En otras palabras, la fascinación que los medios y la audiencia tienen por la feminización de las mujeres trans, es un subproducto de la sexualización que hacen de todas las mujeres.

La Omisión de los Medios a la Hora de tratar el Tema Transgénero

Ciertamente existe una conexión entre los diferentes valores que se le dan a las mujeres y los que se le dan a los hombres en nuestra cultura y la fascinación de los medios por mostrar a las mujeres trans en lugar de hacerlo con los hombres trans, que han nacido como mujeres, pero se identifican como hombres.  Aunque el número de personas que llevan a cabo la transición en cada uno de estos sentidos es relativamente igual hoy día, la cobertura de los medios de comunicación nos quiere hacer creer que existe una enorme disparidad entre las poblaciones de hombres y mujeres trans.

Jamison Green, el hombre trans autor de un informe en 1994 que llevó a la ciudad de San Francisco a la decisión de ampliar su protección de los derechos civiles para incluir la identidad de género, una vez dijo lo siguiente sobre la cobertura mediática de ese acontecimiento: “Varias veces ocurrió que en el juzgado, cuando la prensa estaba haciendo las entrevistas, yo estaba allí, y escuchaba a los periodistas preguntar quién escribió el informe, y cuando me señalaban a mí como el autor, podía verlos mirando a través de mí, como mirando atrás de mí para encontrar al hombre con vestido de mujer que seguramente escribió el informe y a quien ellos deseaban entrevistar.  Más de una vez un periodista me preguntó con incredulidad: ‘¿Usted escribió el informe?’ Suponían que por mi aspecto “normal” yo no era merecedor de aparecer en las noticias”.

De hecho, los medios de comunicación tienden a no prestar atención o a ignorar abiertamente a los hombres trans, porque no pueden ser sensacionalistas con ellos, sin poner la masculinidad misma en tela de juicio.  Y en un mundo donde la psicología moderna se fundó sobre la enseñanza de que todas las jóvenes sufren de envidia del pene, la mayoría de las personas piensa que luchar por conseguir la masculinidad parece ser un objetivo perfectamente razonable.  El autor y activista de temas sexuales, Patrick Califia, que es un hombre trans, aborda este tema en su libro de 1997,Cambios de Sexo: La Política de lo Transgénero (Sex Changes: The Politics of Transgenderism):

“Parece ser que el mundo se siente más nervioso por ‘un hombre que quiere convertirse en mujer’ que por ‘una mujer que quiere convertirse en hombre.’  Lo primero es un escándalo, lo segundo se da por sentado.  Esto refleja niveles de privilegio muy diferentes para los hombres y para las mujeres en nuestra sociedad. Por supuesto que las mujeres quieren ser hombres, parece ser la actitud general, y por supuesto que no pueden . Y eso es todo.”

Una vez que reconocemos que la cobertura que los medios de comunicación hacen de las personas transexuales está formada según los distintos valores que nuestra sociedad asigna a la feminidad y la masculinidad, resulta evidente que casi todos los intentos de sensacionalismo y de burla a costa de las mujeres trans se construyen sobre la base de una misoginia de la que no se habla. Dado que la mayoría de la gente no puede entender por qué alguien dejaría el privilegio y el poder masculino para convertirse en una mujer relativamente desprovista de poder, asumen entonces que las mujeres trans realizan la transición principalmente como una forma de obtener el único tipo de poder que se cree que las mujeres pueden tener en nuestra sociedad : la capacidad de expresar la feminidad y de atraer a los hombres.

Este es el por qué las mujeres trans como yo misma, que rara vez se visten de una manera demasiado femenina y/o que no se sienten atraídas por los hombres, son un gran enigma para muchos.  Al asumir que mi deseo de ser mujer no es más que una especie de fetiche de la feminidad o una perversión sexual, están dejando claro que para ellos las mujeres no tienen ningún valor más allá de la medida en la que pueden ser sexualizadas.

Representaciones Feministas de la Mujer Trans

Existen numerosos paralelismos entre la manera en que las mujeres trans son representadas en los medios de comunicación y la forma en que éstas han sido retratadas por algunas teóricas feministas. Mientras que muchas feministas -especialmente las más jóvenes, las que alcanzaron la mayoría de edad entre los años 1980 y 1990, reconocen que las mujeres trans pueden ser aliadas en la lucha para eliminar los estereotipos de género, otras feministas, especialmente aquellas que abrazan el esencialismo de género- creen que las mujeres trans fomentan el sexismo al reproducir las actitudes patriarcales acerca de la feminidad, o que convertimos a la mujer en objeto, tratando de poseer los cuerpos femeninos como si fueran de nuestra propiedad. Muchas de estas ideas se derivan del libro de 1979 de Janice G. Raymond, titulado, El Imperio Transexual: Cómo se hizo el Maricón Operado * (The Transsexual Empire: The Making of the She-Male.  * No hay traducción exacta para “She-Male” en español.  En inglés es un término derogatorio, de los más ofensivos, que se emplea para hablar de las mujeres trans en relación con la prostitución dirigida a los hombres y que enfatiza de forma morbosa a través de textos acompañados de imágenes y videos, frecuentemente con desnudos, que ellas no son verdaderas mujeres, sino hombres o una especie de tercer sexo, que ofrece “lo mejor de los dos mundos.”)  Este ensayo es quizás el texto feminista más influyente sobre el tema de las personas transexuales.  Al igual que los medios de comunicación, Raymond prácticamente hace caso omiso de la existencia de los hombres trans, calificándolos de “pequeños regalos sin valor real” y en su lugar se centra casi exclusivamente en las mujeres trans, insistiendo en que ellas realizan la transición con el fin de lograr la feminidad estereotipada. Incluso llega a afirmar que “la mayoría de los transexuales se conforman más al papel femenino que la más femenina de las mujeres naturales, es decir de las mujeres por nacimiento.”  Este hecho no sorprende a Raymond, dado que ella piensa que la feminidad en sí misma es un subproducto artificial de la sociedad patriarcal. Así que a pesar del hecho de que las mujeres trans pueden eventualmente llegar a alcanzar la feminidad, Raymond no cree que puedan ser consideradas mujeres “verdaderas”. (Para enfatizar este punto, Raymond se refiere a las mujeres trans como “hombres-a-mujeres construidas” y se dirige a ellas con pronombres masculinos a través de todo el libro.)  Así, Raymond sustenta su caso basándose en las mismas tácticas que utilizan los medios de comunicación cuando presentan a las mujeres trans:  Raymond representa a las mujeres trans como hiperfemeninas (a fin de que sus identidades femeninas se vean como muy artificiales) y también las hipersexualiza (al restarle importancia a la existencia de las personas trans que realizan la transición a hombre).

A diferencia de los medios, Raymond sí reconoce la existencia de mujeres trans que no son estereotípicamente femeninas, aunque lo hace a regañadientes.  Escribe, “He sido muy reticente a dedicar un capítulo de este libro a lo que yo llamo “el transexual lesbiana-feminista construida.”  Dado que Raymond cree que las lesbianas feministas representan “un pequeño porcentaje de los transexuales” (una afirmación que nunca verifica), no parece dispuesta a discutir su existencia de ninguna otra manera que no sea para apoyar “el debate reciente y la división que [el asunto] ha producido dentro de los círculos feministas.”  Siendo que Raymond cree que la feminidad socava el verdadero valor de la mujer, se podría pensar que ella estaría más abierta al caso de las mujeres trans que denuncian los estereotipos femeninos y patriarcales del género. Sin embargo, este no es el caso.  Raymond argumenta, “mientras que el transexual hombre-a-mujer construida exhibe un intento por poseer a las mujeres en un sentido corporal, actuando las imágenes que los hombres han usado para moldear a las mujeres, el transexual hombre-a-mujer construida, que asegura ser una lesbiana-feminista, intenta poseer a la mujer en un nivel más profundo.”  Durante el resto de ese capítulo, Raymond discute cómo las mujeres trans lesbianas-feministas utilizan “el engaño” para poder “penetrar” en los espacios y las mentes de las mujeres.  Raymond sostiene que, “aunque ‘el transexual lesbiana-feminista construida” no exhibe una identidad y un rol femenino, sí exhibe un comportamiento estereotípicamente masculino.”  Esto esencialmente coloca a las mujeres trans en un dilema:  Si actúan de manera femenina, se les considera una parodia, pero si actúan de manera masculina, entonces esto es visto como una señal de su verdadera identidad como hombres.  Esta táctica de, “Maldita seas si lo haces, maldita seas si no”, recuerda los arquetipos de la cultura popular, los de “la transexual impostora” y “la transexual patética”.  Tanto Raymond como los medios de comunicación se aseguran de que las mujeres trans sean consideradas invariablemente -tanto si se ven femeninas o como si se ven masculinas, si “pasan” o no “pasan”- como personas que son y serán siempre “falsas” mujeres, no importa cómo se vean ni como actúen.

Aunque gran parte de, El Imperio Transexual ha sido claramente superado, (la premisa del libro es que “la mujer biológica se encuentra en proceso de volverse obsoleta por culpa de la bio-medicina” ), muchos de los argumentos de Raymond aún siguen haciendo eco en los intentos contemporáneos para justificar la exclusión de las mujeres trans de las organizaciones y de los espacios para mujeres.  De hecho, el mayor evento a nivel mundial sólo para mujeres, el Festival de Música para Mujeres de Michigan (a menudo denominado simplemente como “Michigan” ), todavía impone un criterio de admisión sólo para “mujeres-nacidas-mujeres”, que ha sido diseñado específicamente para evitar que asistan mujeres trans. Muchas de las excusas utilizadas para racionalizar esta exclusión de las mujeres trans no han sido creadas para proteger el valor de los espacios sólo para mujeres, sino para reforzar la idea de que las mujeres trans son “en realidad” hombres y que son mujeres “falsas”.  Por ejemplo, una de las razones más citadas para justificar por qué no se admiten mujeres trans en el festival, es que muchas nacemos con pene y muchas de nosotras aún tenemos pene (muchas mujeres trans, o bien no pueden permitírsela o bien eligen no someterse a una cirugía de reasignación de sexo).  Se argumenta que nuestros penes son peligrosos porque son un símbolo de la opresión masculina y tienen el potencial para hacer sentir incómodas a las mujeres que han sido asaltados sexualmente o maltratadas por los hombres. Así que los penes están prohibidos en el festival, ¿no?  Bueno, no del todo:  El festival permite que las mujeres puedan adquirir y utilizar vibradores, correas con dildos, y dispositivos sexuales varios, muchos de los cuales se parecen bastante a los penes.  Así, los falos en sí y por mismos no son tan malos, todo está en que no estén adheridos a una mujer transexual.

Otra razón frecuentemente aducida para la exclusión de las mujeres trans del Festival de Michigan, es que supuestamente traeríamos “energía masculina” al mismo. Si bien esto parece dar a entender que no se permiten las expresiones de la masculinidad en el festival, nada podría estar más lejos de la verdad.  Michigan permite la participación de artistas Drag King que se visten y actúan como hombres y por el escenario del festival han pasado muchas intérpretes con cuerpos de mujer, que se identifican como transgénero y a veces se desciben a sí mismas con pronombres masculinos.  Presumiblemente, Lisa Vogel (que es la propietaria única del festival) permite esto, porque piensa que ninguna persona que haya nacido mujer, es capaz de mostrar una auténtica masculinidad o “energía masculina”.  Esto no sólo es un insulto a los hombres trans (ya que sugiere que nunca podrán llegar a ser completamente masculinos y que no son hombres), sino que implica que “la energía masculina” se puede medir de alguna manera, independientemente de si la persona que la expresa parece ser mujer u hombre.  Y esto claramente no es el caso. A pesar de que soy una mujer trans, nunca he sido acusada de expresar “energía masculina,” porque la gente me percibe como una mujer. Cuando actúo de una manera “masculina”, la gente me describe como una “marimacho” o  una “butch”, y si me muestro agresiva o argumentativa, la gente me llama “puta”.  Mis comportamientos siguen siendo los mismos, es sólo el contexto que da mi cuerpo (si la gente me ve como hombre o como mujer) lo que ha cambiado.

Este es el problema inevitable con todos los intentos de retratar a las mujeres trans como mujeres “falsas” (ya sea que el intento venga de los medios o de las feministas) :  Requiere que uno le de diferentes nombres, significados y valores a los mismos comportamientos en función de si la persona en cuestión nació con un cuerpo de mujer o de hombre (o si es percibida como una mujer o como un hombre). En otras palabras, se requiere que uno sea sexista. Cuando la gente insiste en que hay diferencias esenciales entre las mujeres y los hombres, están levantando una línea de razonamiento que en última instancia, refuta los ideales feministas en lugar de apoyarlos.

Desde mi propia experiencia al haber realizado la transición de un sexo a otro, he encontrado que las mujeres y los hombres no están separados por un abismo insalvable, como muchos parecen creer. En realidad, la mayoría de nosotros nos encontramos a una prescripción de hormonas de distancia, de ser percibidos como miembros del sexo “opuesto.”  Personalmente, le doy la bienvenida a esta idea como un testimonio qué tan poca diferencia existe realmente entre las mujeres y los hombres.  Creer que una mujer es una mujer a causa de sus cromosomas sexuales, de sus órganos reproductores, o de la socialización, niega la realidad de que todos y cada uno de nuestros días, nos la pasamos clasificando a cada persona que vemos, ya sea como hombre o como mujer, basándonos en un pequeño conjunto de señales visuales y en una tonelada de cosas asumidas.  La única cosa que las mujeres compartimos es que todas somos percibidas como mujeres y tratadas en consecuencia.  Como feminista, aguardo el momento en que finalmente iremos más allá de la idea de que la biología es el destino, y reconoceremos que las diferencias más importantes que existen entre las mujeres y los hombres en nuestra sociedad son los diferentes significados que le damos a unos y a otros cuerpos.

Traducción realizada por Akntiendz del capítulo 2 del libro de Julia SeranoWhipping Girl. A Transsexual Woman On Sexism And The Scapegoating Of Feminity (Se traduce más o menos como: La Chica del Látigo.  Una mujer transexual opina acerca del sexismo y el chivo expiatorio de la feminidad.)

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