Las gafas del AMOR

Autora: Marta Marcos

Hace tiempo que intento pensar qué es lo que tenemos en común las familias con peques que se reafirman en ser los niños o las niñas que no fueron considerados como tales los primeros años de sus vidas…

No compartimos edades, ni número de hijos. Ni procedencia, clase social, profesión o hobbies. Tampoco raza, religión, aspecto físico ni orientación sexual. Nuestros peques tampoco comparten rasgos comunes… tenemos muchos peques de partos múltiples,  muchas que son segundas o terceras hijas, algunos han tenido estrabismo, unas prematuros, otros tardaron en nacer… partos vaginales y cesáreas. Un variado vaya…

Y entonces ¿qué es?

Pensando en nuestros testimonios me di cuenta de que todas las familias hemos pasado por una especie de catarsis de llanto en la que parecía que aquello nunca pararía. Todxs nosotros hemos llorado de angustia, de miedo, de culpa, de rabia, de pánico, de aprensión, de envidia y de desesperación. PERO también de felicidad. Hemos llorado ante el primer corte de pelo, los primeros pendientes, el primer vestido, el DNI con el nombre sentido. Ante el primer abrazo a su nueva identidad (que siempre estuvo ahí pero para tí es nueva), el primer “mamá gracias por verme”, el primer “papá píntame los labios y las uñas”. También se llora de felicidad cuando mandas a paseo a la vecina metomentodo, al pediatra ignorante que te dice que le obligues a ser lo que no es, al psicólogo que quiere hacerte sentir culpable porque no quiere sentirse culpable él mismo por no entender lo que sólo hay que mirar.

En estas familias todos los adultos tenemos los ojos más limpios que se pueda imaginar. Se han limpiado de lágrimas y de esa capa que muchos llevamos en los ojos que no te deja ver lo que es claro cristalino.

Y hemos decidido ponernos las gafas del amor. Son estas unas gafas que no son demasiado bonitas. Y no son bonitas, no porque sean feas (de hecho hasta permiten que nos veamos guapos por dentro y nos enseñan que para querer a los demás también hay que quererse mucho a uno mismo), sino porque, a veces, lo que te dejan ver DA SUSTO.

Las gafas del amor quitan lo superfluo. Eliminan las convenciones sociales, la ropa, los disfraces… quitan todo lo accesorio y permiten ver a las personas como son. Sin trampa ni cartón. Y claro… eso da un poquito de miedo.

Porque seamos sinceros… ¿Quién quiere ver que su padre no cocina tan bien como presume? ¿Que su mamá no manda tanto en el trabajo como nos cuenta? ¿Que su peque no es tan generoso como nos gustaría? ¿Que su pareja discute por tonterías?

Pero todas nuestras familias llevan las gafas del amor sobre esos maravillosos ojos que un día quisieron ver. Y ahora ven mirando. Y nos permiten querernos a todos más y mejor.

Son unas gafas mágicas que permiten dibujar las sonrisas más bonitas del mundo en las caras de las personas que más amamos. Esas personitas que el día que nacieron abrieron la compuerta del amor a raudales, de la preocupación atroz, de la enorme responsabilidad de querer hacer de la maternidad/paternidad un viaje apasionante con el único objetivo de verlas sonreír…

Porque en realidad no somos perfectos. Pero nos queremos así.

Nuestras gafas del amor nos muestran familias distintas, diversas y muy imperfectas. Pero llenas de pasión de vivir, de aceptación, de cariño y de ganas de ayudarse. Y eso, mundo, es lo que tenemos en común 🙂

Para terminar quiero hacer mías las palabras que escuché en nuestro encuentro… si la vida estuviera regida por el amor y el humor quizá sería más amable y divertida que esta que nos empeñamos en crear. Y las gafas del amor nos ayudan mucho a ello. Así que… ¿por qué no nos las pedís y os las ponéis un rato?. Os prometo que se ve de maravilla.

Dedico estas palabras a mi familia de Chrysallis que me ha hecho darme cuenta de lo vasto y diverso que es el mundo, que me ayuda a detectar y tratar de superar mis prejuicios y que me quiere como soy. El día que miré a Pablo con mis gafas del amor mi mundo se amplió hasta el infinito… y según Joserra Landa, si hay cielo, todos tenemos primera línea de playa, así que ¡hasta damos envidia!