Menos mal que me has quitado el disfraz de chico

Curiosidad malsana o las trabas burocráticas son algunos de los problemas que afrontan los padres de menores transexuales, una «minoría de la minoría» que defiende sus derechos.

A. Asensio granada | Actualizado 23.01.2016

La madre de Martina (nombre ficticio) tenía un plan. De la manera más discreta posible comprarían un vestido. Irían con la niña a un pueblo más o menos cercano a Granada para evitar encontrarse con algún conocido, algún compañero de clase, alguna vecina… Martina se pondría, por fin, su vestido. Darían un paseo y de vuelta a casa, a la rutina. A ser de nuevo Martín. El plan, por supuesto, salió mal. En cuanto Martina salió de la tienda se puso su vestido nuevo. No hubo manera de convencerla de que esperara, de la necesidad de ser discretos… Aliviada, dijo a su madre «uff, por fin me has quitado el disfraz de chico…».

«Ella tiene ahora una vida perfecta». Ahora. Porque antes no era así. De pequeña dejó a su madre con la boca abierta cuando le preguntó :»¿A ti cuándo se te cayó el pito?». Martín era una niña, una niña hiperfemenina, sensible, perspicaz y ocurrente. Y con genitales «atípicos», como explican desde la Asociación Chrysallis, dedicada a ayudar a familias de menores transexuales. En cuanto comenzó a hablar, con apenas 2 años, la madre de Martina comenzó a hilar los indicios que, inequívocamente, llevaban a un único camino. No sólo lo manifestaba verbalmente. También lo dejaba claro con sus gestos, sus juegos. Le gustaba ponerse una camiseta o toalla en la cabeza, para simular que lucía una larga cabellera. El sexo registral de su hija -el que se asigna al nacer- no correspondía con su identidad sexual. «En invierno llevaba un gorrito de lana. Como le hacía la cara más redondita, había quien se dirigía a ella como a una niña. Ella se ponía ese gorrito de lana hasta en agosto…». Aquella fue una anécdota, pero su situación no partió de un capricho. Decidieron hacer el «tránsito», tal y como denominan las familias al proceso que facilita vivir conforme a su identidad sexual. Desde entonces Martina es una niña ante los demás. Ella ya lo era antes del tránsito. Lo había sido desde que nació.

«Todos los padres conocen muy bien a sus hijos. No partimos de anécdotas», explica Javier, padre de otra menor transexual. Reconoce que «esto es algo que nadie elige». Y es un camino árido, «agotador», define la madre de Iván. Por eso nació la Asociación Chrysallis, de la que forman parte hasta la fecha ocho familias granadinas y más de 200 a nivel nacional. «Nos apoyamos y compartimos experiencias», señala la madre de Dylan, que reconoce que cuando iniciaron «el camino», se encontraron «con tantos ojos abiertos como platos, con tanta incertidumbre…» que ve vital que aquellas familias que se encuentren ahora en el punto de partida conozcan sus experiencias.

Dylan «desde los 5 o 6 años comenzó a elegir su ropa». A todas las fiestas infantiles iba disfrazado de Spiderman. «A él le ilusionaba cuando alguien le confundía con un chico. Se le iluminaba la cara», explica su madre. «Un día jugaba con su hermana. Ella dijo que quería ser una princesa» ¿Y él? «Él dijo que lo que quería era casarse con la princesa». Tras ver en casa el documental El sexo sentido la familia de Dylan comprendió que había que iniciar el tránsito. El primer paso fue ir a su pediatra. «Ni siquiera sabía qué respuesta darnos», recuerda la madre de Dylan. «Nosotros estuvimos seis años dando vueltas», añade la madre de Martina.

Antes, desde Pediatría se derivaba a las familias a Salud Mental. Desde 2014 la legislación andaluza ha dejado de considerar la transexualidad como una patología mental. «Al nacer, en función de los genitales, se nos asigna un sexo registral, que no siempre coincide con la identidad sexual. Ésta reside en el cerebro, no entre las piernas», explica Javier, que apostilla que la transexualidad «es una condición innata, permanente» y en la que, además «la voluntad de la persona no interviene».

Tanto las personas transexuales como sus familias se ven obligados a afrontar el escrutinio de los demás y, en ocasiones, las críticas por lo que se considera un comportamiento anómalo del menor. «Me harté de escuchar que aquello era por mi actitud permisiva», recuerda la madre de Martina. «Ante la ignorancia, lo que se hace es atacar a los padres», añade Javier. «Los médicos te cuestionan, te dicen que tienes que esperar», abunda la madre de Dylan. Y esa espera es, precisamente, lo que puede propiciar que la situación en la que se encuentran estos menores se degrade. «Cuando se hace el tránsito todo cambia», recuerdan los padres. Mejora su rendimiento académico, sus relaciones con los compañeros de clase, en su vida social… ninguno de los menores de las familias granadinas asociadas en Chrysallis ha sufrido acoso escolar. «Conviene que los padres tengan en cuenta que la infancia es una etapa irreversible. Esperar años» para llevar a cabo el cambio «puede suponer perder esa infancia», subraya Javier, que insiste en lo «perjudicial que puede ser tener una actitud expectante». Todos los padres reconocen la dureza de afrontar la situación, pero lo asumieron bajo una misma convicción. «Para mí el problema es que Martina no sea feliz». Estas familias también son conscientes de que representan a una minoría y que hay padres que soslayan el problema, o que lo agrandan al obligar al menor a «comportarse de una manera en casa y de otra fuera». «El confort de los padres debe dejarse de lado. Desarrollarse durante la infancia conforme a su identidad de género es un derecho fundamental» de los niños, recalca Javier. «Cuando le dices a tu hijo ‘claro que sí’ le dices que le aceptas», apostillan los padres de Iván.

Una vez iniciado el tránsito en el ámbito escolar, se procede al cambio de nombre en el registro, pero no del sexo registral, ya que la normativa actual exige ser mayor de 18 años y llevar al menos dos años en tratamiento para ese trámite. En cuanto al cambio de nombre, éste depende de la interpretación que haga de la ley el juez encargado del registro civil que corresponda. «Afortunadamente» para las familias granadinas y sus menores, «el juez de Granada, como la mayoría de los jueces del país, interpreta la ley atendiendo al interés superior del menor», aclara Javier.

Para el alumnado transexual figurar en la documentación del colegio o instituto con el nombre que se les dio «erróneamente» al nacer puede suponer un serio problema. «Es imprescindible el cambio de nombre en el registro y, entre tanto no se cambie, al menos en programas como el Séneca» utilizado por la administración educativa, «porque puede haber errores fatales» al publicar los nombres del alumnado o pasar lista en clase. «Siempre estamos condicionados a lo que decida el funcionario que tenemos enfrente», denuncia Javier. «Aunque la mayoría de los directores acceden a modificar el nombre en Séneca mientras no se vaya a expedir un título, otros no acceden por su propio temor, que lo anteponen al bienestar del menor», añade. Lo mismo ocurre con las tarjetas sanitarias. En Granada, explican las familias, no es posible cambiar por ahora el nombre en la tarjeta sanitaria sin haber cambiado el nombre en el registro, mientras que en otras provincias andaluzas sí es posible.

Iván todavía no ha finalizado lo que el colectivo denomina «reconstrucción jurídica», cambiar el nombre en los documentos oficiales. Está en segundo de Bachillerato y para él y su familia es fundamental que el proceso finalice este año. «De qué le va a servir un título con nombre de chica». Otro documento que es necesario cambiar es la tarjeta sanitaria. Los padres de Iván recuerdan los malos momentos que han vivido en las salas de espera y piden a la administración sanitaria el máximo cuidado con casos como el suyo, algo que, poco a poco, ha calado entre los profesionales. «La última vez que fuimos al endocrino le llamaron sólo por los apellidos. Nadie se dio cuenta, pero suspiramos aliviados ¡Qué diferencia!». Otra muestra de que la situación ha mejorado es que desde Salud se deriva a las familias con menores transexuales a asociaciones como Chrysallis.

La provincia cuenta desde este mes con una unidad médica especializada cuyo tronco es el servicio de endocrinología y proporciona ayuda psicológica a quien lo necesite. En el caso de estas cuatro familias, ninguna lo ha requerido. Una vez que el menor llegue a la pubertad se comienza con el tratamiento hormonal, financiado por la sanidad pública y que, en los primeros años, únicamente bloquea el desarrollo del menor y es reversible. «El tratamiento le va a dar más seguridad, le va a afianzar frente a la sociedad», avanza la madre de Iván, que comenzó el tránsito con 16 años.

Verse con vello en el rostro, o una voz varonil, por ejemplo, permitirán que este joven se mueva con más aplomo en un entono que coloca a sus padres en «una situación de estrés constante». Reconocen que sufren al tener que dar explicaciones «continuamente». Los errores, las confusiones, los malentendidos o directamente las maledicencias hieren a estos menores. «A mi hija le decía, ‘no llores, cuando seas mayor serás una chica…’ y eso funciona hasta que llegan a una edad en la que dicen ‘me lo dices para consolarme'», recuerda la madre de Martina. En ocasiones, toca avanzar con toda la artillería. «Pusimos en conocimiento de la Justicia que una de las madres del colegio de Dylan pretendía que mi hijo dejara el colegio», al no estar de acuerdo con que hubiera «una niña que se hacía llamar con nombre de niño». Tanto el colegio como el resto de padres apoyaron a Dylan y su familia.

Precisamente todos estos padres coinciden en que el ámbito escolar es «una oportunidad para dar a conocer valores» sobre una «realidad que debe ser reconocida y respetada», insiste Javier. La Asociación Chrysallis (chrysallis.org.es) cuenta con material didáctico para escolares y se ofrecen para dar información en colegios y pautas al profesorado sobre cómo tratar a estos chicos, una «minoría dentro de una minoría».