Siempre fuiste tú

AUTORA: SARAY

La historia de nuestro hijo comienza en el momento que me quedo embarazada, segundo embarazo, cuando mi madre, que solía decirnos que era bruja, me hizo una prueba en la que se predecía el sexo del bebé. Siempre que había un embarazo le gustaba hacerlo, y hasta el momento no se había equivocado nunca. ¡Salía niño!. Durante todo el embarazo, aun habiéndonos dicho los médicos que sería una niña, ella siguió haciéndome su truco y siempre salía la misma respuesta: niño. Solía decirme:  “cuando nazca lo sabremos”, porque ella seguía pensando que cabía la posibilidad de error en las ecografías. A sus amigas siempre les decía que iba a tener otro nieto “nieta” (siempre entre comillas), como me mostró una amiga en una carta escrita por mi madre antes del nacimiento.

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 Llego el gran día del nacimiento y, como es habitual, por sus genitales se le asignó ese sexo. Estábamos felices, todo estaba bien, que era lo que realmente importaba.

Fue creciendo como cualquier otro bebé, y comenzó la escuela infantil con un añito. Era feliz y nosotros, por supuesto, también. Su hermana mayor le demandaba para jugar a juegos denominados “de niña”, a los que nunca quiso jugar. “No le interesan todavía”, pensamos.

A los dos años y medio cuando ya empezaba a decir sus primeras palabras, me sorprendió un día al recogerle de la escuela infantil cuando me dijo: “¡mira mamá!”, y saco de sus bolsillos mechones de pelo que él mismo se había cortado. ¡No me lo podía creer!  Le pregunté y me respondió en su lenguaje aún no muy comprensible: “yo pelo corto como niño”. No le dimos mayor importancia, por lo que le llevé a la peluquería y le cortamos el pelo, una melenita corta por debajo de la oreja para poder arreglarle lo que se había hecho con las tijeras. Se conformó, pero seguíamos viendo que no estaba a gusto, algo le removía su cabecita.

Pasó al colegio de mayores, sus gustos se habían ido acentuando, no quería vestidos ni faldas, siempre iba con chándal o ropa unisex. No pusimos ningún impedimento. Si él era feliz, ese era nuestro propósito. Pasaron los días, semanas, meses, y un día en casa se encerró en el baño (¡dichoso pestillo!), y cuando conseguimos que abriera la puerta me encontré todo el lavabo lleno de pelo. “¡No hagas eso que te puedes hacer daño!. Si quieres cortártelo nos lo dices y ya está”, le dijimos. “¡Quiero el pelo rapado como el aita!”, nos respondió. Ya no podía esperar y, si lo quería corto, porque no íbamos a dejarle, total el pelo crece, ya tendrá tiempo de dejárselo largo, si quiere. Recuerdo ese dia, un gran día para él, con su pelito rapado, le brillaban los ojos como nunca los habíamos visto brillar. ¡Por fin lo había conseguido!.

Siguió creciendo, feliz, pero no del todo, porque algo seguía fallando y no sabíamos qué. Era un niño cerrado, que enseguida se ponía agresivo, siempre enfadado… Tenía muchos amigos preferentemente niños, a los que siempre les decía que de mayor seria chico porque le iba a crecer el pitilin, pero poco a poco se dio cuenta que eso no iba a pasar…

Un día al llegar a casa del colegio fue directo a su armario y tiro toda su ropa al suelo. ¡No quiero ropa que tenga que ver con niñas, quiero ropa de niño!. Llamé a mi hermana para ver si tenía ropa pequeña, y me paso todo lo que encontró de su hijo que pudiera servirle. Otra vez mostraba felicidad, pero era una felicidad temporal.

Con su hermana pequeña encontró una amiga de juegos donde podía expresar su propia identidad. Si jugaban a papás y mamás, por supuesto la norma principal era que él era <EL PAPÁ>.

Quería jugar a futbol, pero no en cualquier equipo, quería estar en el equipo del colegio con sus amigos, porque sabía que era aceptado y respetado como uno más. En cuanto pasó a primaria entro en el equipo de fútbol. Desbordaba felicidad porque es el deporte que le gusta y podía jugar con tranquilidad. Después del entrenamiento, una tarde, me preguntó si podríamos ir a una tienda y comprarse calzoncillos, porque ya no quería usar bragas como las chicas. Acepté sin pensarlo dos veces, ya que todo lo que estuviera en mi mano y fuera necesario para la felicidad de mis hijos, por supuesto, iba a hacerlo. Al día siguiente fue al colegio muy contento enseñando los calzoncillos que llevaba a todo el mundo.

Entre tanto nos habían derivado a salud mental, donde el psiquiatra que nos asignaron nos dijo desde el principio que no le preocupaba la identidad de mi hijo, “¡tienes un niño, yo lo observo y es un niño en todos los aspectos!”, me dijo. Le preocupaba más su mal comportamiento, la agresividad que mostraba hacia cualquier obstáculo que se encontraba diariamente… Y le diagnosticó Hiperactividad. Probamos a darle tratamiento, la dosis más baja, y vimos mejora desde el principio, tanto nosotros como su profesora en el rendimiento escolar. Así que un poco de tranquilidad llego a casa. Si nos han dicho que no le demos importancia, vamos a intentarlo…

Llego el verano, piscina, rio, playa… y ya en agosto nos fuimos unos días al pueblo a estar con los abuelos. Fueron unos días bonitos, estábamos toda mi familia, abuelos, tíos, primos… Lo pasamos bien. Una noche en uno de sus enfados quien sabe por qué, mi madre se sentó a su lado y le preguntó qué le pasaba, a lo que él respondió que no sabía, pero ella, como solía decirnos que era un poco bruja, sabía por dónde tiraba la situación de su nieto y le preguntó: “¿tú que eres cariño, niño o niña?. Él le miró a los ojos y respondió: “abuela, yo sé que tengo cuerpo de niña, pero, soy niño”. Mi madre no se sorprendió, puesto que ella siempre tuvo el runrún en la cabeza. Le había visto crecer como un niño, no como una niña. Me lo contó, y fue una señal muy grande para nosotros. Había que buscar ya una solución.

Volvimos de vacaciones y al estar con el psiquiatra le conté la confesión que le había hecho a la abuela. El niño era cerrado y no contaba las cosas con facilidad, ya que, cuando iba a las sesiones, se dedicaban a jugar a las damas mientras el psiquiatra intentaba entablar conversación, lo cual era muy difícil. Fueron días complicados, puesto que de repente la abuela se puso mala y al mes falleció. Fue muy duro para todos, pero creó que en especial para él, SU GRAN CONFIDENTE ya no estaba. Pegó un bajón increíble en todo, esa tristeza que siempre habíamos notado, se había hecho muy profunda. Fue pasando el tiempo y todos fuimos asumiendo la pérdida.

Un día de entrenamiento me enteré que uno de los padres del equipo podía ayudarnos, puesto que era sexólogo y estaba acompañando a familias con menores transexuales. Desde el primer momento, con él, vimos la luz al final del túnel. Nosotros le contábamos cualquier pista que nos daba, y las había claro que sí. Siempre nos había dado pistas que nosotros habíamos intentado cubrir.

Cuando de repente un día se dio cuenta que su hermana estaba desarrollando los pechos, un temor le inundo la mente: con su cuerpo, tarde o temprano, pasaría lo mismo. Su reacción fue: “si me salen, ¡me las corto!”. A lo que yo, con paciencia y cariño le hice entender que no había que llegar a esa situación, que tenía remedio, que se podía evitar ese desarrollo. Eso le tranquilizó. Se lo contamos tanto al sexólogo, como al psiquiatra, y este último, ya viendo que había que dar el paso, nos derivó a la UNATI ( Unidad Navarra de Transexualidad e Intersexos).

Entre tanto llego el verano y decidí irme al pueblo con mi padre a pasar todo el verano. Sabía que allí estarían muy a gusto, libres, y que haría amigos nuevos. Y así fue, los 3 hicieron amigos, íbamos a la piscina, jugaban en la calle… la felicidad desbordaba por todos los rincones… La sorpresa fue que sin saber nadie nada, nuestro pequeño gran valiente había decidido que allí iba ser quien se sentía ser, un niño, y así se presentó a todos sus amigos. Nadie le iba a cuestionar su identidad, puesto que no lo conocían, y por fin iba a poder vivir de verdad siendo quien de verdad era. Nos enteramos cuando venían a casa a buscarle y le preguntaban a su hermana pequeña por su hermano, ella respondía: “¿qué hermano?, ¡si yo no tengo hermano, tengo hermanas!”. Los chicos no la tomaban enserio porque tenía 4 años, y nada cambió, él seguía siendo él para la mayoría de los amigos. Vivió los dos meses más felices de su vida, según sus propias palabras. Pero el verano termina y, con la vuelta a la realidad, a ese mundo donde todos le veían como niña, todo cambió, la felicidad se quedó en el camino de vuelta. Otra vez mal estar, no querer ir al colegio (con lo que le gustaba ir), no dormir, no comer, no vivir como cualquier niño de su edad, sin preocupaciones.

Nuestro gran apoyo, el sexólogo y amigo, que ha sido nuestra gran ayuda, nos propuso conocer a otros padres en nuestra situación, que estaban viviendo, o habían vivido ya lo mismo que nosotros. Ese día fue de gran ayuda y desahogo. No estábamos solos, había personas que nos comprendían, que nos brindaban apoyo y fuerza, que nos condujeron a pertenecer a la gran familia que es Chrysallis. Nos invitaron a un encuentro de familias de la asociación, “os vendrá bien a vosotros y a vuestro hijo, porque verá que no está sólo él en esa situación”. Lo primero que hicimos es preguntarle a nuestro hijo, que dijo un sí de esos tímidos que solía decir cuando algo le asustaba. Llegó el gran día y fuimos al encuentro. Fue un día muy especial, nos encontramos acogidos desde el primer momento, como si nos conociésemos de toda la vida, y es que lo que nos une es algo tan fuerte que es difícil expresar, todos luchamos junto a nuestros hijos por una misma causa, que puedan vivir con su sexo sentido, como vive cualquier persona. Para él también fue un antes y un después. Lo vio todo muy claro. Había más personas como él. Este hecho le dio fuerzas y desde ese día todo cambió. Pocos días después nos pidió que en casa le tratásemos con su sexo sentido y así lo hicimos. Empezó a coger confianza, se podía sacar el tema con naturalidad, sin ningún rechazo por su parte, cosa que antes era impensable, ya que no quería ni escuchar ni hablar del tema. Poco a poco fue viendo que necesitaba gritarlo a los cuatro vientos, y pidió hablar él directamente con el sexólogo. Concretamos una cita y quedamos con él. Habló con él y le dijo que era un chico, que siempre había sido un chico y que quería que le ayudase a que los demás le vieran como es, un niño con vulva. Y así ha sido, entre todos estamos ayudando a que todos vean su realidad, le acepten y le respeten como es, porque la identidad de cada uno reside en el cerebro no en los genitales. Ahora puedo decir que mi hijo por fin es feliz de verdad, feliz como tiene que ser, sin llevar a cuestas una identidad que no le corresponde, con su sexo sentido, lo que ha sido siempre.

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