Soy feliz. Mis padres me quieren

AUTORES: Eva y Carlos 

Han pasado poco más de dos meses desde que nuestro Mario hizo su tránsito. Tenía entonces cinco años recién cumplidos.

Hoy miramos hacia atrás en el tiempo y parece que todo fue fácil, que nuestro muchachito siempre fue claro en sus reivindicaciones y que ni su madre ni yo tuvimos nunca dudas. No fue así, en absoluto. Tuvimos las mismas dudas y los mismos temores que cualquier madre o padre en esa situación, ¿Y si estamos interpretando mal?, ¿y si le hacemos más mal que bien?, ¿y si luego resulta que sólo estaba llamando la atención?

Recordamos muy bien la sensación de tener delante las piezas de un puzzle que no terminaban de encajar. Decía que era un niño, sí, pero se mostraba alegre la mayor parte del tiempo, casi siempre excepto cuando había que ponerle un vestido, cuando queríamos peinarle con coletas o le llevábamos a la peluquería y le cortábamos el pelo, siempre demasiado poco para él.

Así, mientras tratábamos de despejar dudas, apareció la ansiedad, los celos terribles de su hermanita, la sobreactividad y asomaron también en su vida las primeras señales de un déficit en su autoaceptación: yo quiero tener barba, quiero colita…

En una ocasión trató de cortar su coleta con unas tijeras de plástico de las que usan los niños en la escuela. No lo logró, del todo al menos, pero si se dejó un mechón sesgado, que nos recordaba todos los días, al ir a peinarle, que ahí había un problema creciente.

Otro episodio profundamente revelador fue un dibujo de su familia que le pidieron en el cole. En él se dibujó a sí mismo en cuarto lugar, después de dibujarnos al resto, en el extremo derecho del folio, sólo y con un gesto triste, mientras papá, mamá y su hermana pequeña le miraban sonrientes desde el otro lado de la hoja. Algo estaba pasando y había que averiguar de qué se trataba.

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Noviembre de 2015, antes del tránsito.

Empezamos a investigar por el propio colegio. Nos ayudaron incondicionalmente, indagaron y la sugerencia fue que probáramos a otorgarle una pequeña victoria para ver cual era su reacción. Al día siguiente le cortamos el pelo como él quería: “un corte de pelo de chico”, pidió.

Su reacción fue el empoderamiento y al corte de pelo siguieron otras demandas, no pedidas, como hasta entonces, sino exigidas con una madurez inusitada que no le habíamos conocido hasta ese momento. Con la cabeza alta y la mirada fija nos decía: “Soy un chico y quiero un nombre de chico”, y como el cambio de nombre no llegaba pues sus padres estábamos aún perplejos, boqueando incapaces de darle respuesta a todo aquello, él mismo tomo la iniciativa, con valentía, y empezó a pedir a su maestra y a sus compañeritos de clase un nuevo nombre: Mario.

Con Mario se quedó pues nosotros comprendimos que no era posible contener por más tiempo aquella avalancha, aquel sentimiento profundo, persistente y legítimo.

Desde entonces, como ya imagináis, ni medio paso atrás. Nunca ha vuelto a hacer alusión, salvo si es preguntado por ello, a su sexo. Además, ha mejorado de forma sobresaliente su relación con su hermana y consigo mismo. Es un niño feliz y despreocupado.

Hoy ha tenido lugar un episodio que nos ha llevado a sentarnos frente al ordenador para escribir estas lineas. Nuevamente, en el colegio, le han pedido que dibuje a su familia. Se ha pintado a sí mismo en el lugar que le corresponde por su edad, entre sus padres y su querida hermana Sara, eso sí, todos con una sonrisa enorme en la cara y agarrados de la mano. Al ser preguntado por qué se dibujaba tan sonriente ha contestado: “Porque soy feliz. Mis padres me quieren”.

 

      Mayo de 2016, después del tránsito.
Mayo de 2016, después del tránsito.

Ahí lo dejamos por si a alguien puede servirle.

Muchísimas gracias a todas las familias de Chrysallis por su lucha diaria por los derechos de sus hijos e hijas, del nuestro y de los que vendrán detrás. Son las personas como vosotros, con el más alto nivel de compromiso, quienes hacen posible que las sociedades avancen.

Berriozar (Navarra), 20 de mayo de 2016