Todo llega. En su momento.

Testimonio de Ana, madre de Julia.

Hace tiempo me preguntaste: «¿por qué no me veías mamá?»

Para contestarte a esta pregunta tengo que remontarme unos años atrás y contarte un secreto: si te veía, pero tenía miedo, dudas y mucha ignorancia. Muy dentro de mí estaba la respuesta, ¡¡eras una niña!! Pero ¿¿¿cómo era eso posible???

Empiezo por el principio:

Apenas comenzaste a expresarte, tus gestos y tus movimientos me dieron la pista, no eras como los demás niños. Eras mucho más sensible, femenino y con un carácter……

Mientras tanto, yo te miraba, te observaba y lo que tenía delante me desconcertaba, no sabía identificarte.

La defensa ante lo desconocido era reñirte: «¡eso no se hace!, ¡no te comportes así!, ¡quítate eso de la cabeza!…..»

Tú sufrías con mis riñas y yo sufría por hacerte sufrir. Pero como te digo,no era capaz de reconocerte.

Todo tiene sus motivos y sus porqués. Mi cabeza andaba en ese momento inmersa en otro problema:

Justo al año de nacer tú, nuestro sueño empresarial  (el de papá y mío) y nuestro futuro, empezaron a tambalearse. «La crisis» entró en nuestras vidas y de qué manera… El barco se hundía, nuestras vidas se quebraban ,y papá y  yo sólo podíamos pensar en cómo reflotar. Tuvimos que tomar decisiones drásticas, duras y esto, claro, nos minaba el alma y el carácter también.

Y, entre tanto, tú mi vida crecías un poco ajena a todo aquello, acompañada siempre de pañuelos, bailes y cantes y películas disney. Demandabas cada día con más fuerza tu verdadero yo. No había quien te quitase la falda que traías toooooodos los días de la guardería. Una lucha sin cuartel.

Papá y mamá ciegos, enfadados por tu rebeldía, ese carácter inamovible, segura, con tus toallas por pelo, tus chaquetas por faldas y tu dedito meñique levantado al beber en tus tazas rosas.

Nosotros, perdidos entre tanto problema….no encontrábamos el tiempo para sentarnos y conversar, meditar sobre todo aquello ya que nuestra principal preocupación era pagar las facturas y poner un plato de comida en la mesa.

Fueron años en los que estuviste escondida detrás de la puerta de tu habitación, simulando que jugabas a los ninjas para poder sujetar un pañuelo en la cabeza y que nosotros no nos diéramos cuenta de que era tu ansiada melena. Que las camisetas largas eran tus vestidos y que tus botas de «gitanillo» eran tus preciosos tacones de princesa.

También fue el tiempo de buscar aliadas a tu causa y tenías unas cuantas: Tu hermana, compañera de juegos clandestinos, tu tita Ales, cómplice de tus deseos y la abuela Conchi que te permitía a escondidas disfrazarte con un vestido de charlestón. Y como no, tus primas Alba y Carmen, con cada una de sus visitas te convertías en la niña más feliz del mundo. Top secret, claro.

Lo siento, una y mil veces, lo siento.

Esta era la manera en que dejábamos que estuvieras a tu aire para ver si era una forma pasajera de ser (ilusos), pura imitación de tu hermana, a la que adoras y envidiabas por igual.

Recuerdo cuando te sentabas en una sillita del baño para ver cómo la peinaba, mientras nos decías, una y otra vez, cuando sea mayor dejaré que mi pelo crezca igual que el de Rapunzel. Y te reías con mucha penita al saber que yo te lo cortaría de nuevo. Nunca con mala intención, mi niña.

Siempre, siempre me has hablado con doble intención a sabiendas de que me enfadaría, pero  era tu forma de retarme buscando por fin la aceptación.

Y seguía pasando el tiempo… hasta que tu paciencia se acabó, no estabas dispuesta a seguir escondida. Valiente.

Un caluroso día de agosto sucedió: al entrar a casa te vi sentada en el regazo de tu hermana, llorando. Me acerqué para ver que te pasaba y muy acongojada me explicaste que tu cabeza te decía que eras una niña, que era la única forma en que eras feliz y de no poder ser así no tenías que haber nacido. SENTI MORIR.

Necesito ayuda urgente, pensé. Pero no sabía por dónde empezar. Todo daba vueltas en mi cabeza. La palabra transexualidad infantil jamás se había pasado por mi mente.

Entonces fue cuando el destino me hizo escuchar un programa de radio en el que hablaban precisamente de este tema y de una asociación llamada Chrysallis que me podría ayudar.

Mis ojos se abrieron de par en par, al escuchar a aquellas madres que contaban historias casi idénticas a lo que estábamos viviendo en casa. ¡¡¡¡Mi hijo era una niña transexual!!!!

Tardé dos meses en coger fuerzas para llamar al teléfono que dieron en antena, y cuando lo conseguí, sólo lloraba, no pude articular palabra.

Llegó Enero y con él una muy buena noticia: papá comenzaba a trabajar de nuevo y justo ahí vi la oportunidad de sentarme con él a conversar, a comentarle mis dudas y mis sospechas. La razón era obvia por la que elegí ese momento, nuestra cabeza estaría centrada en nuestra niña, en ninguna otra cuestión; ya que por fin teníamos esperanza en el futuro. Han sido tiempos dificiles.

A partir de entonces, hablamos, pensamos, lloramos y tomamos una determinación: diríamos adiós a Guillermo y daríamos la bienvenida a Julia.

Teníamos miedo, muchas preguntas y sentimientos de culpabilidad por no haberte dejado volar antes. Pero también la completa convicción de que estábamos haciendo lo correcto.

Javier contestó a todas mis preguntas.

Maite curó mi pena y calmó mi miedo.

Y tú, Julia, renaciste luminosa y feliz como un cascabel.

Papá y yo, felices.

¡¡Qué curioso!! Los problemas económicos ya no eran tan importantes porque los vemos desde el prisma del optimismo,de la ilusión. Todo llega, en su momento.

Para Julia.

Quisiera dedicar este pequeño relato de una parte de mi vida, a mi familia, en toda su extensión, para no olvidar a nadie, que desde el momento uno nos apoyaron y entendieron. También agradecer a mis amigos, que acogieron a Julia con todo su cariño, a todos.

Y por último, decir que me siento muy orgullosa de todas esas familias que viviendo experiencias parecidas a la mía, son valientes y luchan por la felicidad de sus hijos e hijas.

Chrysallis, muchas gracias.