Transexualidad y familia

Cuando supe que había una Asociación Estatal de Familias de Menores Transexuales, pensé que algo importante estaba cambiando. Desde entonces, tengo la sensación de que se va a producir una transformación en la mentalidad de una buena parte de la sociedad española y que se está empezando a generar un cambio de sensibilidad hacia la transexualidad.

Es absolutamente necesario que se asocien las familias porque la identidad de género es un proceso que se abre desde los primeros años de la infancia, entre los dos y los cuatro años, y que se va consolidando en la pubertad y la adolescencia. De hecho, en la mayoría de las historias de vida, se refleja que los transexuales tienen recuerdos de deseos y frustraciones que se remontan a la primera infancia y que, desde que tienen memoria, se han sentido diferentes, aunque después tardaran en identificar en qué consistía esa diferencia.

Hasta hace muy poco, y seguro que todavía se sigue produciendo, el reconocimiento de un niño o de una niña de que su género no coincidía con sus genitales iba acompañado de malas miradas, gestos negativos, tortazos, castigos, agresiones, palizas, e incluso de frustrados esfuerzos para cambiar su identidad. No es raro que los expertos hayan avisado de que las primeras agresiones, y en un número verdaderamente escandaloso, se producen en el ámbito familiar.

Resulta imposible imaginar un sufrimiento más cruel que el de un niño rechazado por su propia familia, por unos padres que temen ver dañada la dignidad familiar ante tal desgracia, unos padres a los que el niño quiere sin reservas y de los que no puede esperar nada malo. No sé si se podría pensar en una infancia más desgraciada que la de un niño maltratado en el seno familiar, pero, desde luego, no resulta extraño pensar que haya anidado en su corazón el deseo profundo de huir de ese lugar. Y así ocurre, con cierta frecuencia, en torno a los catorce o quince años en muchos de los casos. Si no se van, los echan sin piedad para no tener que soportar la vergüenza de vivir con alguien que no ha satisfecho las expectativas de los padres y que ha traído el dolor y el sufrimiento a la casa.

No puede ser feliz un adolescente que se ve obligado a vivir solo, en la calle,  durante días y noches, sin apoyo, hasta encontrar una solución, que no siempre es buena. Un psicóloga, experta en tratamientos de transexuales, me dijo que nunca había visto más sufrimiento que el de estas personas, que nunca en su dilatada vida de terapeuta había conocido a otras personas que tuvieran que soportar una carga de sufrimiento tan grande como la de las personas que venían a su consulta.

Fotografía de GREGORIO TORRES

A todo esto hay que añadir que estos menores, angustiados por la presión, por las burlas, las amenazas y el acoso al que son sometidos tienen que abandonar los estudios. El hecho de que tengan una formación deficiente les va a producir grandes dificultades para insertarse en el mercado laboral. La situación en la que llegan a vivir no es un problema de falta de trabajo, sino de marginación, falta de aceptación, discriminación y vulnerabilidad social.

En el informe del Ararteko al Parlamento vasco podemos leer: “La infancia y la adolescencia de estas personas está caracterizada, en la mayoría de los casos, por la soledad, la introversión y un cierto asilamiento social que en algunos casos se mantiene durante toda la vida”. Las palabras, las miradas amenazadoras, la incomprensión, los malos gestos y los golpes en el seno de la familia consiguieron que el niño se encogiera, se achicara y disminuyera hasta llegar a desaparecer. No se trata de que el niño trans se aísle. Es mucho peor, se le condena al ostracismo. Se le expulsa de la familia, de la sociedad y de la humanidad, se le deshumaniza y deja de ser una persona.

Sin embargo, aunque esto que estamos diciendo sea la triste realidad de una mayoría de transexuales maduros, también es verdad que cuando un joven trans se decide a dar el paso de hacer pública su identidad suelen ser sus familiares más cercanos, además de algunos de sus amigos, los primeros en apoyarlos. Como dicen Juan Manuel Domínguez, Maribel Hombrados y Patricia García en un informe realizado sobre la realidad de los transexuales en España, es la familia y son los amigos los que les aportan un nivel más elevado de satisfacción, una función de equilibrio y de solidaridad efectiva cuando se deciden a dar el paso de desvelar su identidad y vivir  conforme a su género.

No sé hasta qué punto los padres de Chrysallis son conscientes de lo importante que es algo tan sencillo y tan simple como lo que están haciendo, apoyar y defender los intereses de sus hijos, quererlos, estar cerca de ellos, compartir sus problemas, tomar conciencia de que se pueden encontrar muchas dificultades en el camino, pero que cada una de esas dificultades y obstáculos se habrá de convertir en el impulso que los habrá de llevar al pleno desarrollo de sus vidas.

En un artículo aparecido en El País del domingo, día tres de noviembre de 2013, se recogen las respuestas de una transexual llamada Ángela que recuerda cómo el día de Reyes sus dos hermanos recibían todos los juguetes que pedían, mientras que para ella, al lado de sus zapatos, aparecían una espada de romano, un futbolín, la equipación del Atlético de Bilbao, pero nunca el maletín de la señorita Pepis, la muñeca sin pelo, o la muñeca de cabellera larga y rubia que había pedido. Por eso, mira con envidia a estas niñas que disfrutan de los mimos de sus padres. Al funcionar las familias, ya se ha andado una parte importante del camino.

Hay muchos tópicos injustificados que se han de desterrar. La transexualidad no es un error de la naturaleza ni una anomalía de la diferenciación sexual. Es una simple manifestación de la diversidad generada por los resortes biológicos de la formación de la vida. No tiene sentido esa sensación de que sean personas atrapadas en un cuerpo equivocado, sino de personas atrapadas en una concepción predominante de  cuerpos mal interpretados y mal percibidos en función de los estereotipos culturales. Todos ellos, y nosotros con ellos, estamos atrapados en una sociedad equivocada, en el seno de una cultura que convirtió en un dogma la dualidad de género, la creencia de que a cada sexo le corresponde un género, en una sociedad que ha impuesto un sistema binario de categorías estancas y estereotipadas que no admiten ninguna flexibilidad.

En las vidas de estos niños que se crían y educan en el calor del hogar familiar se encuentra la posibilidad de que puedan ensancharse los moldes de nuestras mentes, fortalecer los principios de la igualdad. Es una aventura apasionante la que les ha tocado vivir a todos los que viven cerca de estos niños. La sociedad no puede  consentir que ninguno de ellos abandone el colegio. Hay que conseguir que se formen, que adquieran la madurez mental suficiente para comprender la situación en la que viven y para desarrollar todas sus capacidades.

Es una oportunidad histórica que habéis creado vosotros formando esta Asociación, la de formar una generación de personas transexuales jóvenes que empiecen a  vivir con el apoyo total de sus familias. El mismo trabajo se ha de realizar en el entorno educativo, en el laboral y en el sanitario. Ahora toca crear las mismas condiciones en los colegios y en el resto de la sociedad. Vosotros sois los responsables del cambio. Tenéis que hablar con vuestros hijos, dejar constancia de sus vivencias, de lo que está pasando, conseguir el respaldo de las demás asociaciones de transexuales, trabajar todos unidos, porque estoy seguro de que con vuestra experiencia se va a producir un cambio radical en la visión de la transexualidad.

Aunque sea verdad que la vida de los transexuales esté llena de sufrimiento y que, como decía el Ararteko vasco, los transexuales formen un grupo muy vulnerable y susceptible de exclusión, no es menos cierto que sus vidas son verdaderas odiseas en las que nos demuestran que, después de estar hundidos, renacen con una gran energía y ganas de vivir. Son auténticos modelos de lucha por sobrevivir.

Las familias de los menores de la Asociación nos están dando una lección: la de aferrarse a sus hijos como la roca que los ha de salvar. Y eso es lo que tenemos que hacer todos. Es responsabilidad nuestra que los niños y las niñas que se abren a la vida como transexuales no caigan en el pozo sin fondo de la patologización y del sufrimiento, que tengan las mismas oportunidades para realizar sus vidas que los demás. Todos debemos colaborar con ellos, ser solidarios con los menores y sus familias, en este proceso de liberación, y no por piedad ni por compasión, de ninguna de las maneras, ni siquiera por respeto ni por tolerancia, que por esto también, sino porque su lucha es fundamental para la defensa de la igualdad y de los derechos humanos.

AUTOR: JUAN GAVILÁN MACÍAS (Catedrático de Filosofía, Profesor de Antropología de la UNED de Málaga, Autor de numerosa bibliografía)