Y colorín, colorado…

(Adaptación del cuento creado por Nerea para los compañeritos de clase de su hija)

Había una vez en un hospital cerca de Benalup unos papás que estaban muy contentos y felices porque habían tenido dos bebés. Cuando el médico se los entregó les dijo: “Enhorabuena habéis tenido dos niños muy bonitos”.

Los papás se pusieron muy contentos al recibir esa gran noticia y se fueron corriendo a casa para contárselo a su hermana que también se puso muy contenta.

Les compraron juguetes y ropa de niños: pantalones, camisas, coches, pelotas y un montón de cosas más. Cuando uno de los bebés tenía ya dos años, no le gustaba jugar con los juguetes que tenía, prefería jugar con los de la hermana mayor que tenía un montón de barbies y princesas. Entonces empezó a pedirles a sus papás que les comprara muñecas y vestidos.

Pero sus papás no le hacían caso y le decían: “No hijo, eso es cosa de niñas y tú eres un niño”. Entonces él se ponía muy triste y lloraba y lloraba porque no podía tener lo que realmente le gustaba. Él quería tener lo que realmente le gustaba. Él quería vestidos y princesas.

Cuando había cumplido tres años y llegó la Navidad, como sus papás no le hacían caso y no le compraban lo que quería, le dijo a la hermana que le escribiera la carta a los Reyes Magos pidiéndole muñecas y vestidos.

Llegó el día de Reyes y debajo del árbol encontró muchos regalos, pero ninguno era lo que él había pedido. Eran motos, coches y un montón de cosas más, todas igualitas a las de su hermano.

El niño se puso muy triste y le dijo a su mamá: “Mamá, yo he sido muy bueno, ¿por qué los Reyes Magos no me han traído nada de lo que les he pedido?”.

En ese momento su hermano mellizo dando saltos de alegría decía: “Hermano, hermano, ven, mira debajo de tu cama que hay otro regalo, es un paquete enorme».

El niño fue corriendo a abrir el regalo y cuando lo abrió:

«¡Guau! ¡Bieeeen! ¡Sííí! Mamá, papá, hermano, hermana, venid todos, mirad lo que me han traído los Reyes: un vestido de princesa, con sus tacones y su corona. ¡Bien… por fin…!», gritaba el niño de alegría. «Por fin alguien sabe lo que me gusta de verdad. Gracias Reyes Magos, ustedes sí que sabéis».

Rápidamente fue a ponerse su vestido, se peinó y se puso sus tacones y su corona. Estaba muy contento, se miraba al espejo una y otra vez y decía: “Mirad ¿Qué le pasa a mi cara? Está diferente. Estoy guapísima».

Durante mucho tiempo cuando llegaba a casa se ponía su disfraz de princesa y jugaba feliz.

Sus padres al ver que estaba tan contento, empezaron a comprarle las cosas que pedía porque se dieron cuenta que lo más importante era que su hijo fuese feliz, y que no importaba si jugaba con un balón, un coche o una muñeca.

Pero el niño crecía y crecía y cuando cumplió cinco años le decía a sus papás y a sus hermanos: “Yo no soy un niño, soy una niña porque mi cabecita me lo dice y quiero que todos mis amigos lo sepan, porque si no es así estaré triste de nuevo”. Sus papás al verlo triste porque no podía ser lo que le gustaba fueron a hablar con el médico para contarle lo que su hijo le decía.

El médico nada más verlo dijo. “¡Oh lo siento! Cuando nació os dije que era un niño pero me equivoqué. Es una niña porque su cerebro es de niña y cuando sea mayor su cuerpo cambiará y será como una niña cualquiera. Esto ocurre algunas veces y yo os voy a dar una lista con otras niñas que también me equivoqué para que veáis que también ocurre más veces, habléis con ellas y sus papás y os cuenten lo felices que son. Os voy a firmar un nuevo papel en el que diga la verdad: “QUE ES UNA NIÑA”. Ahora lo que tenéis que hacer es cambiarle el nombre y tratarle como lo que es, UNA NIÑA». Los papás le dijeron a su hija que a partir de ese día la llamarían como ella quisiera.

Ella se puso muy contenta y después de varios días pensando le dijo a sus padres que se llamaría SOFÍA, como su princesa favorita.

Estaba loca de contenta porque al fin la entendían y porque le podía contar a todos sus amigos que era lo que siempre había soñado una niña y que se llamaba Sofía. Estaba contenta porque podía compartir la alegría con sus amigos y amigas que tanto la querían.

A partir de ese día todo el mundo la trataba como lo que realmente era: UNA NIÑA, y fue feliz para siempre.

Y colorín, colorado…

Podéis descargar otra adaptación ilustrada de este cuento en este enlace (es necesario estar afiliado).