Yo lloré viendo la película de Tomboy

Y también me equivoqué con mi hijo al principio (como en la película). Él me decía que le tratara como niño y yo le decía que si no tenía pene es porque no era un niño. Llegué incluso a enfadarme alguna vez con él porque se ponía muy pesado e insistía mucho. Mi hijo nunca fue un niño desgraciado. Con él nunca he tenido los problemas que sí he tenido con mi hijo mayor. Sin embargo la profesora de infantil ya me decía que tendía a despistarse muchísimo, que a veces parecía desconcertado cuando le preguntabas, como si acabara de despertar. Con el tiempo estos episodios fueron aumentando hasta el punto de que no era capaz de concentrarse en nada: trastorno por déficit de atención llegaron a diagnosticarle, porque sí, le llevé primero al psicólogo y luego al psiquiatra. Pero él seguía cantando, jugando y riendo como cualquier niño. Tal vez le costaba cada vez más jugar con otros niños, pero porque se negaba a jugar con las niñas que se acercaban a él y los niños le iban rechazando conforme mayores se hacían (con la edad los prejuicios sexistas van calando más hondo). Empezó a ponerse agresivo. Si no le admitían en sus juegos él pretendía imponerse. Ese aislamiento que se iba produciendo poco a poco empezó a afectarle. Mi hijo tiende a no exteriorizar su angustia, con lo que empezó a tartamudear, a tener infinidad de tics (que iban cambiando: con las manos, con los ojos, con la boca, haciendo ruiditos, con el cuello, cualquier músculo era bueno para tener un tic), a tener pesadillas y a orinarse de nuevo por la noche (no todas las noches, pero sí una o tal vez dos en semana). Por supuesto que todo eso se lo explicábamos a la psiquiatra, cómo iba empeorando y no sabíamos qué pasaba. Todo lo achacábamos a falta de autoestima y al déficit de atención. Que fuera muy «masculina» no fue nunca relevante en esas charlas, nunca se le prestó atención aunque lo referí. Como también le conté que lo coloreaba todo en negro o en un tono oscuro: marino, marrón… Que se vestía de niño, que rechazaba absolutamente vestirse de niña, que cuando se duchaba no quería que le lavásemos ni le tocásemos los genitales de ninguna manera (llegó a ponerse tan pesado con esto que llegué a pensar que podía haber sufrido abusos, así que le miré más de una vez por si lo tenía irritado y le prohibí ir con su hermano mayor y sus amigos), que cuando jugaba adoptaba el rol de chico, que se dibujaba como un chico, en fin, todo. Nadie me dijo que todos los «síntomas» podían estar relacionados. Y lo más gracioso es que me decían que no entendían por qué llevaba a «la niña» al psiquiatra, porque se le veía bien, feliz, alegre, «extrovertida»…

Cuando admitimos que tal vez fuera un niño transexual y le dije que yo le querría igual si era un niño y que le trataríamos como él prefiriera, buah, fue increíble. Cada día era el mejor día de su vida: porque había entrado al baño de los chicos en el supermercado, porque le había comprado unos bóxers, porque le había cortado el pelo, porque la abuela le había llamado David, porque… por todo! Quisimos ir despacio, tratarlo como chico sólo en casa y con la familia para ver cómo se iba desenvolviendo y si se le «pasaba». Pero él pedía más, y yo le veía tan eufórico que… ¿Por qué iba a decirle que no? ¿Para que la sociedad no le dañara? ¿Para que no le trataran mal? ¿Para que no le señalaran con el dedo? Pero, siendo sincera conmigo misma, ¿de verdad mi hijo era tan feliz como yo creía? Entonces, ¿por qué estaba tan eufórico ahora que le tratábamos como un niño si antes de todos modos ya vestía como niño y jugaba solo a juegos de niño? ¿Por qué esa diferencia si ya lo tenía todo salvo ese tonto detalle de tratarle en masculino? Siendo sincera conmigo misma, ¿no le estaban señalando con el dedo ya por ser tan «machorra»?, ¿cuánto me contaba de lo que le hacían y decían en el colegio?, ¿de verdad iba a ser mejor para él seguir como niña machorra que como niño transexual?, ¿para él o para la sociedad?, ¿le tratarían mejor o peor?. Y pensé: «Tal vez le traten igual de mal pero al menos tendrá ese punto de felicidad que le está dando ser tratado como niño; si no le permito vivir como niño lo pasará igual de bien o de mal en sociedad pero le estaré privando de ese *extra* de felicidad».

Pero dudaba, oh madre mía si dudaba, y no sabía a quién preguntar para asegurarme de si lo estaba haciendo bien o mal. ¿Y si esto es pasajero y «deja de jugar» y me dice que en realidad es una niña? Pero entre mi marido y yo nos dimos la respuesta: «Si al final es una niña pues mejor para «ella», no tendrá que hormonarse para el resto de su vida y tendrá más facilidades y menos obstáculos». Porque realmente eso lo «peor» que podría pasar, que con el tiempo dijera que no, que es una niña. O sea, que lo peor sería lo mejor. Y mientras tanto, mientras dice que es una niña o no, es feliz. Su felicidad es la que nos da la medida de si lo estamos haciendo mal o bien. Pero, ¿y la sociedad?, ¿qué dirían los demás? Los demás ya van a hablar antes, durante y después. Si son comprensivos se les explica y lo entenderán, si no, lo hagas como lo hagas lo censurarán.

En el fondo se trata de que nos quede claro que nada de lo que hagamos (se lo permitamos o se lo neguemos) va a variar el que nuestros hijos sean o no transexuales. Si lo son, lo serán siempre. Si no les hemos dejado vivir antes como lo que son, lo sufrirán más (no queramos cerrar los ojos a esto porque lo sufrirán más, sólo hay que entrar en grupos de personas transexuales y leerles para ver cuánto han sufrido viviendo escondidos, negándose, hasta el punto de no saber ni qué son). Así que el consejo que yo siempre doy a las familias es que se les digan a sus hijos que se les querrá sean lo que sean, niños o niñas, y que se les tratará como ellos quieran y al ritmo que ellos quieran. Si son transexuales saldrán ellos solitos a la luz una vez que se les deja esa puerta abierta. Si no lo son, pues no lo son y ya está. Y los padres debemos estar ahí para acompañarles, para que se sientan protegidos, para enfrentarnos por ellos, para defenderlos, para enseñar a la sociedad que no se puede tratar mal a nadie por ser diferente (aunque esa diferencia sea tener una identidad de género distinta o una expresión de género distinta), a dejar claro a todo el mundo que la víctima NUNCA es la culpable, que a un niño que es acosado no se le puede echar la culpa por no ser como los demás. Para eso estamos.

Eva Witt